En la Venezuela actual, donde se vive una aguda crisis económica, política y social, la mayoría de sus habitantes tiene dos opciones: o pensar mucho, o pensar muy poco.
Quienes piensan mucho, sufren, analizan con la mayor profundidad que pueden los escenarios actuales y futuros probables y se ennegrecen el ánimo, con apenas esperanzas de que se produzca alguna mejora. Se vuelven amargados y, si escriben, pueden llegar a producir blogs como este.
Quienes piensan poco y actúan más, se facilitan la vida. Ellos culpan por todo lo malo del país, o bien a algo llamado «chavismo», suerte de compendio imaginario de maleantes, narcotraficantes, villanos ultra-crueles, multimillonarios de la maldad. En eso llamado «chavismo» meten todo el lado oscuro de la fuerza, las huestes de Sauron, los mortífagos de Voldemort y el guantelete de Thanos. O bien, por otro lado, culpan por todo lo malo del país a algo llamado «Gobierno de Estados Unidos» y a sus «cómplices internos», es decir, políticos de la oposición y sus operadores empresariales y mediáticos, convirtiendo a esos malos en un gigantesco Goliat y a los «buenos» en un diminuto pero irreductible David revolucionario, en un Ásterix que no rompe un plato y cuyos errores no se deben a su incapacidad sino a los sabotajes de la Pax Romana, es decir, a la omnipresente injerencia norteamericana.
Eso les funciona a los «poco pensantes», les permite andar a paso firme en su mundo donde los malos siempre están allá, en el otro vecindario, lejos de su entorno personal, y los buenos están acá, justo al lado, siendo sus compinches, vecinos, camaradas, «su gente», buena, inmaculada, honesta, perfecta y luchadora.
Pero la realidad tarde o temprano busca la forma de recordar que ella está allí, quieras o no quieras reconocerla.
Cuando en cualquier calle de cualquier ciudad de Venezuela, los conductores, hombres mujeres, jóvenes, viejos, gente de dinero o pobres, se comen la luz o la flecha, le lanzan el carro o la motocicleta a los peatones obligándolos a correr para no ser arrollados. Cuando los peatones cruzan por cualquier parte y no por donde les corresponde, y muchos lo hacen con niños. Cuando encuentras que abunda gente que bota basura en la calle, vecinos que no cuidan las instalaciones y los espacios de su propia comunidad, impacientes que te agreden si no te apuras y siempre buscan el atajo para saltarse colas, normas, procedimientos, leyes y hasta el sentido común, todo con tal de no tener que pisar el freno del vehículo o esperar dos minutos más, personas que no reclaman, sino que insultan, y que no aceptan reclamos de ningún tipo.
Cuando encuentras todo eso, cuando lo vives, cuando lo reconoces, te das cuenta de que malos y buenos están allá y acá, en tu orilla y en la de enfrente, con tu mismo nivel socio económico y cultural o no, en tu urbanización y en la del otro lado de la ciudad, apoyando al mismo político que tu apoyas y adversándolo también.
Entre los pro-gobierno y los anti-gobierno hay: mafiosos, ladrones, narcotraficantes, pranes, irresponsables, negligentes, tramposos, maleantes, violentos o asesinos. Así como hay gente buena, obviamente.
Y entre los de a pie, los que no son funcionarios, ni activistas, ni practicantes de la política, estamos todos los demás, y en este grupo también hay malos y buenos, malhechores y honestos, responsables e irresponsables.
Mientras no asumamos eso, no nos asumamos como los causantes y eternizadores fundamentales de las malas prácticas que nos llevan a las crisis, pero también como los únicos con la capacidad y el deber de solucionarlo y remediarnos a nosotros mismos como sociedad. Mientras eso no suceda y no lo asumamos, y no nos arremanguemos la camisa para trabajar en transformarnos, no nos salvaremos.
Así de sencillo. Así de retador.