El VPI vive en una constante angustia por demostrar a todo el que pueda que es el más arrecho (o la más arrecha). Una de las formas más notorias que utiliza para intentar demostrar su superioridad personal es haciendo ruido, es decir, colocando su banda sonora personal a todo volumen para que tenga que ser escuchada obligatoriamente y porque sí por cualquiera que esté a su alrededor.
Los que usan el Metro de Caracas conocen a los VPI que llevan sus celulares o reproductores sonando a toda mecha sin que exista una explicación, salvo la de que son enfermos exhibicionistas VPI, para tal conducta, sobre todo teniendo ahí mismo sus buenos audífonos para privatizar su música, la cual, además, resulta generalmente ser bastante escandalosa, repetitiva y mala.
Por cualquier calle de nuestra ciudad pasan cada cierto tiempo desde carcachas lamentables hasta camionetas de lujo con tal estruendo musical que pareciera que el vehículo se va a desarmar en cualquier momento. Siempre resulta sorprendente no ver estallar por tal energía sonora al conductor de dichos carros y a sus pasajeros como si estuvieran dentro de un microondas de mil decibeles.
Por supuesto que el ansia de exhibición enfermiza obliga al VPI a abrir las ventanas de esos carros para que la música (ya a ese nivel convertida en ruido infernal) truene en toda la avenida y se meta por las ventanas de todos los carros, casa y apartamentos de la zona.
Pero la banda sonora más molesta es la que los VPI colocan por la fuerza en los sitios de descanso, sobre todo en las playas, peor aún si es en una de esas playas paradisíacas donde uno lo que quiere es tranquilidad y paz. El VPI es incapaz de escuchar mucho tiempo en silencio sus pensamientos así que prefiere aturdirse con decibeles de las súper cornetas instaladas en sus vehículos (su sistema de sonido es muchas veces más costoso que el propio carro) hablando a gritos con el resto de la pandilla playera y mostrando una actitud altanera mientras que las cornetas sueltan la mayoría de las veces la música más escandalosa, irritante o mediocre (aunque a 1.700 decibeles hasta Chopin perfora el oído)
Al final para el VPI todo se reduce a agresión, en este caso acústica. La música alta, el hablar gritando, el trabajar ruidosamente, todos esos son síntomas inequívocos de la sordera VPI para todo lo que es convivencia y respeto.