Gracias al concurso Miss Venezuela está de moda lo de ¿Qué es más fácil, pedir perdón o pedir permiso?, sin embargo, para el VPI la respuesta es sencilla: ni lo uno, ni lo otro. Él no necesita ni pedir disculpas ni pedir autorización, hace lo que va a hacer a lo arrecho y punto, ¡y que no le reclamen!
Es notable cómo cuando en medio de la calle a uno lo tropiezan o le frenan en los pies, uno reclama con la mirada o verbalmente y la persona que te tropezó o te frenó hace un gesto con las manos como disculpándose o lo dice en voz alta, el efecto que se produce prácticamente siempre es de calma, de paz. La persona pidió disculpas y uno entiende que acepta su error y todos siguen su camino tranquilos y sin ser menos que nadie.
Para el VPI eso por supuesto es un ejercicio que escapa a su patología conductual. El no se disculpa, por el contrario, como indiqué en el post anterior, si comiéndose una luz o una flecha casi arrolla a una persona, la culpable es esa persona por atravesada y distraída. El fiscal que regula el tránsito es quien tiene la culpa de las colas y no el VPI que se colea o se mete en los cruces trancando a los demás aún cuando no tenga espacio.
El VPI siempre transfiere la culpa a los demás, a algo fuera de ellos y se coloca más bien como víctima, trabajador honesto o simplemente machote o machota cuando infringe la ley y es increpado por ello.
Si aunque fuera la mitad de los VPI pidieran disculpas (aunque fuera hipócritamente) por cada una de su montón de infracciones diarias, el nivel de agresión que se percibe en las calles bajaría en forma notable y quizá se produciría una lenta sanación de tanta gente enferma de infringir y agredir al darse cuenta de que: es más fácil (y barato) cumplir las leyes, que tener que pedir perdón por incumplirlas (y pagar multas, chocar o pelear)
¿Habrá esperanza de que se iluminen con esta idea?