Este fin de semana fui hasta Evio’s Pizza para comer algo con mi esposa y allí me topé nuevamente con esos “gatillo alegre” de las groserías quienes la dicen sin recato y en alta voz en presencia de quien sea, conocido o desconocido, niño, mujer u hombre.
En esta ocasión eran los muchachos mesoneros y el señor de la Caja quienes discutiendo sobre cosas del restaurante soltaban grosería tras grosería en su hablar informal sin darse cuenta de que su conversa era pública pues todos los que estábamos en las mesas de ese pequeño local los escuchábamos.
Eso ocurre en cualquier parte.
Una vez aquí comenté sobre la agresión que representa el uso de las groserías de esa manera indiscriminada, lo cual es un anti valor al buen uso y costumbre que nos enseñan desde pequeños. Bueno, por lo visto le enseñan a unos y otros no o simplemente son lecciones que los VPI olvidan con mucha facilidad tan metidos como andan en su afán de demostrar que son más arrechos que los demás (y por lo tanto dicen las groserías que les dé la gana al volumen que les dé la gana) o en su afán de olvidarse de que los demás existen…a menos que los necesiten para demostrar lo arrechos que son.
Son los “gatillo alegre” de las groserías estos VPI incapaces de pasar el switch para evitar el uso de groserías (sobre todo de las más gruesas) en presencia de personas desconocidas y particularmente de mujeres o niños en el caso de que el VPI sea hombre, porque mujeres VPI sumamente groseras también las hay por supuesto (el gatillo alegre no discrimina sexo) como una señora este mismo fin de semana en la tienda EPA de Los Cortijos quien hablando a todo grito por celular con su mamá soltó varias palabrotas sin importarle mucho la cantidad de niños y gente desconocida que había por allí.
Para el VPI esto de las groserías le parecerá seguramente una tontería pues con ello “no le hacen daño a nadie” pero indudablemente es otro síntoma más de su patología conductual que los convierte en elementos anti-sociales dentro de la sociedad.