Venezuela: 12 años y seguimos igual

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Han pasado 12 años desde mi primer post en este blog (cuando lo albergaba bitácoras.com) y todavía en Venezuela la mayoría de sus habitantes hace y piensa las mismas cosas que hacía y pensaba en ese entonces. A saber:

  • Me como la luz del semáforo. No me importa cumplir la ley ni tampoco si pongo en riesgo a cualquier peatón o carro que se me atraviese. Soy más arrecho que el semáforo.
  • Me como la flecha. No me importa si con eso podría matar a un peatón, sea adulto, niño, mujer o anciano. No me importa. Lo que prevalece es mi apuro.
  • Acabo con las existencias de un producto para luego venderlo 10 veces más caro o más. En eso consiste hacer negocio. No me importa si produzco escasez o si me aprovecho de la necesidad de los demás. Lo único que importa es mi bolsillo, yo, yo y solo yo.
  • Boto basura en la calle y no recojo la caca de mi perro. No me importa que por allí yo o mi familia o mis vecinos puedan pasar y ensuciarse, ni tampoco el mal aspecto de la calle o lo insalubre que pueda volverse por los desechos. Que limpien y recojan los demás.
  • Hago fiestas ruidosas en casa o acelero mi moto o mi carro escandalosamente a cualquier hora de la noche. No me interesa si molesta a los vecinos. Lo importante es mostrar que máquinas tan arrechas tengo.
  • No cierro la puerta del edificio donde vivo, por seguridad, tampoco cuido el ascensor, ni las escaleras, ni los jardines. Que el lugar donde habito sea un chiquero inseguro no me es relevante, ni tampoco que personas enfermas o ancianas deban subir por las escaleras.
  • No me importa cumplir las promesas que hice en campaña política, lo único que me importa son los votos, ganar y conectarme con el negocio para enriquecerme más. Ayudar a la gente o arreglar problemas es cosa de curas pobres y de ingenieros pela bolas.
  • No le doy paso a nadie en la calle con mi carro o mi moto. Mi derecho a pasar está por encima de cualquier otro derecho de todos los demás.
  • Mi creencia política es la única válida e importante. No me interesan los que piensan distinto, salvo para humillarlos, agredirlos o tenerles lástima por brutos e ignorantes, eso sí, en forma pública para que se vea que soy moralmente superior.
  • Si puedo, no hago cola de ningún tipo, o me coleo o pago para que me coleen. Solos los pendejos hacen cola y si hay un embotellamiento pues me adelanto por el hombrillo o por el canal contrario. Mi tiempo es lo más importante que hay, incluso más importante que mi vida o la de los demás.
  • Me da demasiada flojera caminar unos metros hasta el rayado peatonal o cruzar por las pasarelas. Además pierdo tiempo. Es mejor arriesgar la vida y la de los demás cruzando por cualquier lado, saltando islas y esquivando carros. Si puedo llevar conmigo niños y enseñarles eso pues mejor todavía.
  • Los botones para llamar el ascensor o para activar el semáforo peatonal deben funcionar enseguida. El ascensor debe llegar de inmediato y la luz cambiar instantáneamente. De lo contrario hay que pulsar el botón hasta destruirlo. Esa es una ley de vida.
  • Funcionario honesto es funcionario muerto (o removido). Eso es ley. Por eso, como funcionario, prefiero sobrevivir, no importa si perjudico a alguien. La única persona que importa soy yo.
  • Cuando terminan las elecciones, sea que gane o pierda, no mando a recoger los afiches con los que forré los postes y paredes de la calle en mi campaña política. Total. Se ve hasta bonito que mi cara esté por todos lados hasta varias semanas después de las votaciones. Que eso lo limpien los resentidos.
  • Si soy la prensa soy intocable y dueño de la verdad. Si soy farándula soy un ejemplo a seguir y estoy obligado a escribir frases memorables y a opinar públicamente sobre todo, en particular sobre aquellas cosas que le agraden a mis patrocinadores.
  • Y así…

En resumen: cero cambio cultural…

…y sin cambio cultural, ningún cambio es posible.