Los VPI ausentes

Recientemente asistí a un taller abierto de percusión, ya iban por la quinta o sexta clase y sin embargo ese día llegaron personas que estaban asistiendo por primera vez y se montaron a pretender aprender desde cero  quitándole muchísimo tiempo al resto de los estudiantes que venían asistiendo desde el principio. Pensé qué, si yo fuera una persona recién llegada a un taller de este tipo, lo más decente era estar toda la clase de observador, a un lado, viendo y preguntando sin afectar el curso del aprendizaje de los demás pero, para los VPI su mundo, su tiempo y sus necesidades están por encima de las de cualquier otro u otra. Esta gente, hombres y mujeres, se pusieron a tocar sin tener la mínima base necesaria para hacerlo.

Los VPI ausentes son esos que no participan, no asisten, no intercambian, no votan…pero cuando les afecta la decisión tomada mientras no estaban o por no haber votado o hablado, entonces si abren la boca para reclamar a gritos la injusticia de la vida o se dedican a sabotear, con mayor o menor ensañamiento, la decisión adoptada por quiénes si estuvieron y participaron.

El ejemplo más a la mano es el de las Juntas de Condominio. ¿Cuántas convocatorias se hacen para que bajen los propietarios?, ¿cuántos vecinos terminan asistiendo a esas reuniones? Son pocos los que realmente participan para decidir sobre SUS PROPIOS ESPACIOS DE VIDA. Hay otros que van de vez en cuando pero sólo a enlodar con denuncias falsas y peleas la actividad y por supuesto están los que nunca van y luego son los que mas se quejan.

Las reuniones de padres y representantes en los colegios también son famosas por su poca asistencia y el escaso interés de los convocados en decidir sobre la suerte inmediata de sus hijos y de las finanzas familiares.

La Asamblea Nacional también cuenta con su buen número de VPI ausentes. Esa que se supone es la institución que debe dar el mayor ejemplo de lo que es la participación y el debate, tiene entre sus miembros récords Guiness de inasistencias. Lo más increíble es que muchos de esos ausentes son los que más exigen discusiones y cambios en el ambiente parlamentario cuando los entrevista algún medio de comunicación.

Cultural, que le dicen, la inasistencia metódica, la impuntualidad y la cultura de la quejadera, de la cual hemos hablado en artículos anteriores. ¿Cómo resolver problemas de esa manera?

La Vinotinto y los VPI

Aunque es muy bonito creer que todos los venezolanos «nos unimos» para apoyar a la selección de de fútbol de Venezuela, la Vinotinto, en forma incondicional, la verdad es que incluso detrás esta actividad deportiva nacional, que debería desatar pasiones nacionalistas, sale a a relucir la patología VPI de querer ser siempre el más arrecho o la más arrecha. Me explico.

En cada juego de la Vinotinto los venezolanos no se unen sino que se dividen en tres grupos: los conocedores en profundidad del deporte, los seguidores pero no expertos del deporte y los «faranduleros» que sólo ven los juegos por ser el tema «del momento». En cada uno de estos grupos se manifiestan claramente sus correspondientes VPI:

Los VPI conocedores: estos se dedican a burlarse o a insultar al resto de los venezolanos que «no saben tanto» de fútbol como ellos, nadie apoya a la selección como ellos y el resto de las personas que sufre por los juegos no son sino «faranduleros», ignorantes, snob y pare usted de contar adjetivos despectivos para descalificar a todo aquel que no sea un estudioso del fútbol y sus sutilezas. Más allá de la razón que puedan tener en muchas de sus críticas lo que se resalta de este grupo es su afán VPI de demostrar su superioridad por la vía del ataque a los demás. Cosa que resulta por demás casi patológica.

Los VPI seguidores: estos siguen apasionadamente los juegos «importantes» de la Vinotinto. Son los que miran las series finales del deporte que más o menos les gusta pero no los juegos de preparación, las temporadas regulares, etcétera. Lo que caracteriza a estos VPI es efectivamente su desconocimiento del tema lo cual los hace declarar pomposamente burradas sobre el juego y sus detalles y apoyar en forma irracional al equipo para luego denigrarlo en la misma irracional medida cuando este cae derrotado aquí o allá. Muchos de estos VPI se disfrazan de «conocedores» para burlarse de los «faranduleros» cuando en realidad su conocimiento es apenas superficial y su apoyo al equipo es bastante ambiguo.

Los VPI faranduleros: estos dicen desvivirse por la Vinotinto, se disfrazan con franelas de la selección cada vez que se enteran que hay juego, gritan, ponen avatares alusivos en sus perfiles de internet, etcétera… pero ignoran cual es el esquema táctico del equipo, en cual grupo pre mundial está, cuantos puntos tienen acumulados, cual es la función de Vizcarrondo o de Amorebieta en el equipo, etcétera. Lo malo de estos VPI es que también gustan de disfrazarse de expertos para emprenderla contra otros faranduleros menos hábiles en leer los resúmenes de prensa para lucir como entendidos de la materia. Los VPI faranduleros arman también una alharaca eufórica cuando gana la selección pero si pierde los desprecian o ignoran hasta el próximo evento de farándula futbolística.

Lo que tienen en común estos tres grupos, además de su nacionalidad, es que realizan sus burlas y ataques en forma pública. Si supieran guardar silencio o fueran al menos discretos con sus palabras no sería de modo alguno criticable el tipo de apoyo que le dan a la Vinotinto, tal como hacen los no VPI.

Calladitos se ven más bonitos… y se ligan mejor los goles, pero esa es decisión de cada quien, incluso de los VPI.

VPI haciéndose “los gualbertos”

Hacerse el loco o la loca o “el gualberto” (*) es, por supuesto, una conducta constante del VPI. Es necesario simular no conocer determinadas reglas o leyes para poder violarlas consistentemente sin cargo de conciencia a la hora de ser interrogados por la autoridad o recibir reclamos de las demás personas. En estos casos el o la VPI no optan por la agresividad que les es natural, sino que se disfrazan de ovejas indefensas cuyas excusas generalmente son: “oye no sabía nada”, “no me fijé”, “¿en serio?”, “es que yo no soy de acá”, “ay señor es que venía distraída”, etcétera. Obvio que el y la VPI saben perfectamente la falta que están cometiendo pero el hacerse los tontos es una estrategia sumamente efectiva cuando fracasa su intento de hacer la trampa. Podríamos bautizarlo como el “Síndrome de Foco Fijo”, aquel personaje que popularizó el comediante venezolano Emilio Lovera en los años 80 y cuya característica era poner cara de gafo pero ser más vivo que ninguno.

Hace poco cruzando una avenida noté que venían bajando de frente, comiéndose la flecha, dos vehículos. Al primero, una mujer, le hice señas para que viera la flecha gigante que está dibujada en el piso y supiera (ella obviamente lo sabía) que se la estaba comiendo. La mujer siguió mirando de frente a través de sus lentes oscuros y ni se inmutó en su camioneta de lujo. El segundo, un señor maduro en un Optra. Tuvo más chance de ver mis señas señalando la flecha pues tuvo que cruzar desde una calle lateral, sin embargo su reacción fue exactamente la misma: hacerse el pendejo.

Esta semana, al llegar a almorzar a un pequeño restaurante cerca de mi oficina noté que estaba lleno y, cómo hace cualquier persona más o menos decente, miré alrededor para ver si había personas esperando (había un señor) y luego le dije al mesonero que iba a esperar mesa. Acto seguido me paré en una esquina del local a la vista de todo el pasara.

A los pocos minutos llegó una pareja, vieron que estaban todas las mesas llenas y se pararon muy cerca de mí a seguir su charla mientras esperaban.

El primer señor se sentó y a los pocos segundos otra persona en otra mesa pidió la cuenta ya para irse. En eso el hombre de la pareja se acercó hasta esa persona para pedirle sentarse de una vez para ir ordenando. Afortunadamente el mesero es una persona muy correcta y atenta y de inmediato le dijo, amablemente, que yo estaba antes a lo cual contestó “¿ah sí?”, como si no se hubiera dado cuenta desde hace rato que yo estaba parado allí cuando largo soy cuando ellos llegaron.

Hacerse “el gualberto” es una práctica sumamente extendida y muy exitosa para los VPI en aquellos lugares donde la cola no se hace en fila o donde el mostrador es bastante largo permitiéndoles pedir rápidamente al primer dependiente sin hacer caso del gentío que había antes.

La frase crucial del VPI cuando es pillado en su disimulo es: “bueno, pero es que si usted no se pone las pilas…”. Es decir, usted tiene que vivir en un constante apuro para que el VPI no se le colee ¡por culpa de usted mismo!

Mundo bizarro.

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(*) En Venezuela existen varias expresiones para describir la acción de simular no conocer una situación irregular determinada procurando hacerse ver como inocentes si son interrogados al respecto. Entre otras se dice: “hacerse el loco”, “hacerse el paisa”, “hacerse el pendejo”, “hacerse el musiú” y en su acepción más grosera “hacerse el guevón”. Esta última deriva en “hacerse el gualberto” utilizando la similitud fonética para evitar decir la mala palabra.

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