¿Cambio?

Cambio

Termina el año y nada ha cambiado. Seguimos atrincherados en nuestras creencias y hábitos, tantos los buenos como los malos.

Sales a la calle y los VPI siguen ensuciándola de papeles, colillas, lata, periódicos viejos, bolsas y cualquier otra clase de desperdicio. Luego esos mismos VPI se quejan de que la ciudad está sucia.

Se siguen comiendo las luces rojas, usando el hombrillo como canal, comiéndose flechas y cruces, circulando encima de aceras, estacionándose donde sea. Agrediendo con carros y motocicletas.

Todavía los VPI siguen empeñados en demostrar que son los más arrechos en cualquier tema, en minimizar, despreciar o burlarse de los logros o esfuerzos de los demás. Siguen poniendo su tiempo y necesidades por encima del tiempo y las necesidades de los demás a través del abuso, del irrespeto, de la inconsciencia.

Llevo años escribiendo sobre esto, pero pocos lo consideran relevante. Piensan que la solución a nuestra crisis de valores consiste en cambiar los nombres y colores de quienes ocupan funciones de gobierno, por otros nombres y otros colores. ¿Y la raíz qué?

Suelen desarrollar teorías ampulosas y escribir artículos farragosos sobre “institucionalidad”, “independencia de poderes”, “cogobierno”, “políticas públicas”, “ciberactivismo”, “transparencia”, “equilibrio político”, etcétera. Todos muy bonitos conceptos en términos teóricos, pero vacíos en términos prácticos. Nada de eso, hasta ahora, ha solucionado nada.

Porque las raíces, los valores, el amor propio como conciudadanos, la vocación de servicio, la cultura del debate respetuoso, la identidad, el pensamiento colectivo, la aptitud para la participación activa, la constancia en preservar las buenas prácticas, la disposición al sacrificio sano por el bienestar general…todo eso nos falta. Y si eso no está, todo el resto del tinglado formal de lo que debe ser una sociedad sana, un Estado que se cuida a sí mismo, un país que crece, no tiene sentido.

¿Cambiar unos gobernantes por otros significa cambio cultural? Pues no.

Bien decía el sabio filósofo Rico McRico: “los gobiernos pasan, pero el hambre queda”.

Eso quiere decir que, cambiar de gobierno no es cambiar. La experiencia nos lo ha demostrado una y otra vez.

Y debemos seguir en esto, escribiendo, reflexionando, denunciando, hasta que realmente la palabra “cambio” recupere su verdadero y profundo significado.

Imagen de Acceso Directo

Encuesta

encuesta

Si le preguntaras a cada conductor que se come la luz roja en Venezuela, cual es su preferencia política, el resultado sería 50 % a favor del chavismo y 50 % a favor de la oposición.

Si le haces la misma pregunta, pero a cada vecino que pone música a todo volumen sin importarle todo lo que molesta a los demás, el resultado sería igual

Encuentras personas de cualquier tendencia política cruzando indebidamente las calles, fuera del rayado y hasta con sus hijos pequeños tironeados por el brazo.

Gente vestida con franelas de partidos de la oposición, se termina de tomar una botella de agua mineral y la arroja sin pensarlo mucho a las matas que hay al lado de la autopista.

Gente que viste franelas rojas del chavismo, botan por igual botellas y latas en esas matas.

Rojos y azules fuman en lugares indebidos y alfombran el piso de colillas.

El taxista que se queja del gobierno y lo llama corrupto, nido de ladrones y sinvergüenzas, te cobra 5 veces la tarifa normal porque te ve cara de que no eres de la ciudad. Y no se sonroja por eso.

El otro taxista, que se burla de los de la oposición y se declara chavista hasta la médula, se come una flecha, casi atropella a un señor con una carretilla y además al pasar al lado lo regaña.

Miles de opositores haciendo trampas con sus impuestos para no darle “ni una puya al gobierno

Miles de chavistas haciendo trampas con sus impuestos porque “en esta vida no hay que ser pendejo

El chavista que te llama ignorante por creer en las prédicas de la derecha. El opositor que te llama ignorante por apoyar los discursos de la izquierda.

Los defensores de la diversidad de pensamiento que no aceptan que difieras de su pensamiento. Al menos no sin primero menospreciarte, de frente o a tus espaldas, apoyes a unos o apoyes a otros.

La única pregunta en esta encuesta que tiene la misma respuesta es que todos ellos, los unos los otros, los azules, los rojos, todos los que de una u otra manera cometen desmanes o delitos de mayor o menor tamaño, son Venezolanos.

Venezolanos propensos a cometer infracciones. Sin distingo de edad, clase social, educación, preferencia sexual, religiosa o política.

Imagen de ConceptoDefinición

Piensa, quiere, cree, actúa

StartUp

A continuación enumero cuatro ideas, cuatro pilares sobre los cuales podríamos construir un camino para curar nuestro país. Porque la cosa no es arreglar, sino curar, cual enferma, a esta sociedad plagada de tanto VPI a todo nivel.

  • Piensa en los demás: acuérdate de ellos cuando decidas dañar un bien público, ensuciar una acera, dañar una puerta, fumar en un lugar prohibido, rayar las paredes, dejar abierta una reja que por seguridad debe permanecer cerrada, hacer fiestas escandalosas y molestas. Piensa en los demás cuando les tires el carro o la moto, recuerda que hoy estás detrás de un volante, pero mañana serás peatón, o será peatón tu hijo o tu madre o algún familiar querido tuyo que podría ser arrollado por quien, como tú, le quiera lanzar el carro o la moto. Piensa en los demás, piensa en colectivo. Si cuidas cada cosa que es de todos, si cada uno cuida cada cosa que es de todos, todos velaremos por lo que es de todos.
  • Quiere a los demás, como a ti mismo: no pongas tu tiempo sobre el de los demás, ni tus diligencias y necesidades sobre las diligencias y necesidades de los demás. Iguálate. No te abrogues una superioridad que no te corresponde, pues si bien eres mejor que algunos en algunas cosas, muchos otros son mejores que tú en otras. Si bien eres experto en unos temas, en otros temas eres un completo ignorante. No pretendas ser siempre el más arrecho o la más arrecha, prefiere la superioridad como grupo, como colectivo, como comunidad, como sociedad, como país, a la superioridad individual, egoísta e intrascendente. Querer a los demás, brindar amor cuidándolos y cuidando las cosas que son de todos, hablando bien de ellos, celebrando sus logros en tanto son también tuyos.
  • Cree en los demás, como en ti mismo: deja de lado la agresividad, la sospecha cotidiana, la descalificación constante del otro, la burla ante los logros, las preferencias y los hábitos de los demás. Respeta los espacios y las individualidades. Más bien ofrece amplitud de pensamiento para permitir que los demás afloren lo mejor de sí mismos. Cree y alienta para creer, para inventar, para crear, para crecer. Vamos a creer que sí podemos, que si somos valiosos, que si somos capaces, que si somos, juntos, no solos, lo mejor que podemos ser. Creamos en nuestra esencia, en nuestra identidad, en nuestra singularidad como habitantes de este país único, grande, maravilloso y hermoso.
  • Actúa en consecuencia: si piensas en los demás, los quieres y crees en ellos, como en ti mismo y todos hacemos lo mismo, la energía colectiva cambia, florece. Sonreímos en lugar de insultar, crecemos, avanzamos, progresamos. Porque ya frenar ante una luz roja deja de ser una ofensa personal, una humillación, para convertirse en un gesto de grandeza, de verdadero amor, de altura personal. Botar basura en la calle pasa a ser un hecho impensable, sería como ensuciarnos nuestra piel, como regar desechos en la sala de nuestra casa. Eso nos produciría la vergüenza del anfitrión, de quien quiere tener su hogar reluciente, el hogar de todos, la ciudad, el pueblo, el país. Actúa, demuéstralo, olvida los antivalores, olvida el ego inflado, las apariencias estrictas, las reglas rígidas. Goza de una vida amorosa y alegre sin tanto estereotipo paralizante, sin tanta formalidad ridícula. Disfruta del tránsito, de caminar por estas calles, de ir de pie en el Metro sabiendo que tú puedes hacerlo porque eres fuerte y sano, dejando a los que verdaderamente resisten menos, por su edad, poder ir sentados y tranquilos. Olvida la viveza dañina, la que te beneficia a ti, pero perjudica a otros, crea más bien cosas para que el beneficio sea para más gente, para que se riegue, se difunda, se disfrute entre muchos más que tú o tu pequeño entorno. Si todos actuamos en consecuencia con la misma sintonía, la maldad deja de tener sentido, la violencia se hace innecesaria, la vida comienza a mejorar por sí sola, a pesar de los obstáculos materiales. Nos hacemos grandes, maravillosos, positivos y sanos.

Piénsalo, quiere, cree, actúa.

 

Los atoraos

atorao

En Venezuela la decimos “atoraos” a los apurados, a los que viven a la carrera todo el tiempo, a los azorados.

Es la gente que se lanza sin tener luz verde para pasar, esquivando autobuses y camiones, pegando carreras y siendo casi atropellada más de una vez.

Esas personas son quienes exigen información inmediata, resultados inmediatos, atención inmediata, todo para ¡ya mismo! y si es antes pues ¡mejor!, sumergidos en medio de la cultura de la instantaneidad, de lo efímero, de lo fugaz, del mensajito corto, de la lectura de titulares para darse por informado, de los 10 tips para entender cualquier tema, de las listas de 7 cosas que usted debería saber.

Esa gente no investiga, no reflexiona, no profundiza.

Los atoraos son fácilmente manipulables por la mercadotecnia, sea comercial o política. Se dejan llevar por las primeras tres frases y ya no tienen tiempo de leer o escuchar un poco más.

Porque es que los atoraos no leen, no ven, no oyen. Son los que “no ven” la luz roja del semáforo cuando casi atropellan al peatón en cualquier rayado peatonal.

No leen la indicación de “No botar basura” antes de arrojar el papel, la lata o la botella, en cualquier rincón de la ciudad. Ni siquiera leen el cartelito de “Empuje” antes de halar las puertas hasta dañarlas o darse el golpetazo.

No escuchan la señal de cierre de puertas en el Metro, tras la cual no se debe intentar abordar el tren, tal como lo dice por altavoces una y otra vez el personal del Metro, para que los atoraos, de todas maneras, tampoco lo oigan.

El atorao te empuja, te tropieza, se te adelanta en los mostradores, se trata de colear en cuanta cola hace, madruga para todo para luego alardear de su capacidad madrugadora, toca corneta como demente desde su carro porque no puede estar detenido más de 30 segundos. Peor aún los motorizados que ni siquiera frenan.

El atoro público, por no hablar del privado, es sin duda un grave trastorno social en Venezuela.