Me ha sorprendido en días recientes la facilidad con la cual volteas para cualquier rincón de la ciudad y te encuentras con un tipo orinándose en una pared, en un matorral, en una esquina, al lado de un carro, etc. Es la cosa más común del mundo y obviamente la gente pasa de largo haciendo del “hombre que mea en público” parte del paisaje urbano y del hedor posterior resultante parte del aroma urbano.
Es igualmente común ver a esos mismos personajes caminando por las calles y avenidas (sobre todo al final del día) con una lata o botella de cerveza, conversando tranquilamente mientras consumen su alcohol públicamente en cualquier acera (sea que pase frente a un colegio o guardería o frente a un lugar turístico, eso no importa)
Mientras estos VPI gozan de la vida tomando caña andando o reunidos a pocos metros de alguna licorería, al mismo tiempo preparan las municiones para hacer sus acciones más comunes y relajadas: botar la botella o la lata en cualquier sitio de la vía pública y orinarse en cualquier sitio de la vía pública.
Lo bizarro de la cosa es que sucede como lo más natural y simpático del mundo, por supuesto que en esas ocasiones nadie se mete con un VPI que esté tomando pues lo más seguro es que el tipo (o la tipa) tenga hasta un lanzallamas listo para achicharrar a quien ose reclamarle nada. La policía les pasa al lado y pareciera que allí no sucediera nada. Ellos, la policía, esperan que algunos vecinos se quejen para ir entonces (cuando van) regañar como a muchachitos malcriados a los VPI bebedores y “miones”…los cuales regresan apenas se retira la “autoridad competente” a seguir con su rumba de música, alcohol y vejigas llenas en esta Caracas que es tuya y mia…da.