¿Por que los peatones en Caracas no usan las pasarelas?

En Caracas, si te dedicas a observar la conducta de los caminantes ante las múltiples pasarelas peatonales que hay en calles y avenidas, podrás notar que la gran mayoría prefiere cruzar peligrosamente, sorteando carros, autobuses, camiones o motos, en vez de subirse a la pasarela y evitar el peligro del arrollamiento.

¿Por que sucede esto?

Un estudio demostró que las causas principales de esta conducta son las siguientes:

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La flojera (70 %): esta es una de las razones fundamentales, no solo de esta conducta aberrante ante las pasarelas, sino prácticamente de todas las patologías conductuales que se pueden observar entre los habitantes de la ciudad. Pregúntenle a quienes paran su carro atravesado en una acera, para no tener que caminar desde el estacionamiento o a quienes le gritan al conductor del autobús: «me deja donde pueda«, para no tener que caminar 30 metros más desde la parada hasta su destino.

Miedo a ser asaltado (15 %): uno esperaría que esta fuera la principal razón, por ser una ciudad con altos niveles de inseguridad personal y, sobre todo, con una población con altísima sensación de inseguridad, sin embargo priva, ante todo, la pereza de subir y bajar unos escalones, pero con la excusa del peligro del robo, aunque en la pasarela no hayan ocurrido más o menos atracos de los que ocurren alrededor de ella.

Impaciencia (10 %): esta es la otra razón principal, por excelencia, de la mayoría, sino todas, las conductas absurdas del venezolano. Por algún motivo, el peatón VPI percibe que esperar el momento en el que no pasen carros o pasen pocos y haya oportunidad de pegar la carrera para evitar que un camión lo aplaste, por ejemplo, le ahorra mucho tiempo en medio de su apuro sin razón. Todo esto mientras que el peatón que si utilizó la pasarela, llega al mismo tiempo que el que no la usó y si no, llega un poco después pero sin haberse arriesgado, ni un segundo, a morir molido debajo de unas ruedas.

Deterioro de la infraestructura (5 %): esta es la única razón objetiva en todo este asunto. Encontrarse con una pasarela que ha servido de baño a los indigentes o con escalones y pisos rotos, sin barandas o con pasamanos rotos o muy sucios, te hace elegir, sin ninguna duda, otro camino para cruzar la calle.

 

«Yo no quiero que se vaya Maduro…»

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Imagen tomada de Diario Masónico
Escrito tomado de Facebook:

«Yo no quiero que se vaya Maduro.

Cuál es la,obsesión que tienen todos con que se vaya Nicolás Maduro.   A mí la persona que menos me importa que se vaya en realidad; es el Nicolás Maduro, porque ese señor no es la causa del problema que estamos padeciendo todos los venezolanos, él es en realidad la CONSECUENCIA.

Yo el que sí quiero que se vaya es el empleado público reposero, burócrata e ineficiente (es decir la mayoría). También quiero que se vayan todos los conductores que cuando hay un accidente en la carretera hacen una triple cola tratando de pasar primero. También quiero se vayan por supuesto todos los motorizados que circulan sobre la acera y los que se paran sobre el rayado, los que se comen siempre el semáforo y los conductores que arrojan basura por la ventana.

En especial quiero que se vayan los idiotas e idiotos que reservan toda una fila completa en el cine para sus amigotes que aún no han llegado o la viejas que cuando uno se sienta a su lado en el aeropuerto te dicen con cara é burra comiendo chicle; «ese puesto está ocupadoooo mijooo«. Típicos personajes de nuestra fauna venezolana que se creen únicos en el mundo, con todos los privilegios que les otorga su viveza criolla.

Quiero que se vayan los que se roban cualquier cosa que ven mal parada por allí. Quiero que se vayan los que atienden mal al público y también todos los buhoneros de las aceras, ¡ah! y sobre todo los mafiosos y mafiosas que le venden los puestos y las mercancías a esos buhoneros.

Quiero claro, que se vayan todos los corruptos, desde la señora que se roba los lápices y las hojas en la oficina, hasta el señor que se roba los bombillos del pasillo de su edificio y coloca los quemados que tenía en su casa. También los indolentes que aceptan un cargo público sabiendo que no tienen las competencias necesarias o los que se mantienen allí, solo porque tienen a un «panita» en el gobierno.

Que se vayan las madres irresponsables que tienen como 5 carajitos de 5 machos distintos porque según ellas; disque no fueron pa´ la escuela y por supuesto que se vayan con ellas todos esos «machotes» que las usaron a ellas como a trapos.

Que se vayan los que creen que educar a sus hijos es sentarlos a ver Discovery Kids y Cartoon Network, mientras ellos tienen la cabeza sumergida en las redes sociales leyendo «memes».  Luego los entregan a un depósito de esos llamados escuela, esperando que además de enseñarlos, de paso se los eduquen.

Que se vayan los matraqueros y extorsionadores que pululan en los organismos del Estado así como en cada alcabala de carretera . Que se vayan los pranes y los traficantes, los empresarios deshonestos y los especuladores, los que aún pretenden vivir en Venezuela como ricos sin producir un carajo, los que esperan todo regalado y los que se creen más vivos que todo el mundo.

No podemos dejar por fuera a los sindicaleros, los abogados piratas, y los taxistas tracaleros del aeropuerto. Adiós a los policías malandros y viceversa, raspa-cupos y bachaqueros.

Así cuando se hayan ido todos estos venezolanillos, yo les garantizo que se irán solitos y para más nunca volver, no solo los Nicolás Maduro y compañía; sino también de ñapa se irán los Ramos Allup, las Maria Corina, los Leopoldo, los Capriles,  los Freddy Guevara, los Guanipa y toda la vergonzosa caimanera política que se alimenta gracias a la ignorancia de un pueblo. Un pobre pueblo que ni siquiera es capaz de reconocer ya, ni a sus propios verdugos.

P.D. Hay una sola manera de sacar a todos esos venezolanos del país… y es pasándolos por las armas… por las armas de la EDUCACIÓN.

Pega en tu muro y CREA CONCIENCIA, que así es como conseguiremos cambios permanentes»

Luis Zeppenfeldt H.

Repartir las culpas…

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Esta semana pasé varias veces por el bulevar de El Cafetal, en Caracas, y pude ver algunos grupos de muchachas y muchachos en los semáforos, con pancartas y volantes, manifestando su apoyo al político Leopoldo López, quien fue detenido y sentenciado a varios años de cárcel en el año 2014, al ser responsabilizado por liderar los actos violentos de calle denominados «La Salida», los cuales produjeron varios fallecidos y heridos durante ese año en Venezuela.

Lo que llamó mi atención es que estos jóvenes tenían que esquivar constantemente motorizados y hasta carros que se comían la luz roja del semáforo para pasar apurados, siendo este el momento en el cual justamente ellos aprovechaban para pararse en los rayados peatonales y mostrar sus carteles a los conductores.

Recordé la tira de Mafalda que puse de imagen de este artículo: ¿cual será el verdadero problema que nos aqueja? ¿que Lopez siga preso o que suframos de esa patología conductual que hace que casi ningún motociclista respete las señales de tránsito y muchos conductores de carro tampoco? ¿Será más dañino para nuestra sociedad un político preso o ese instinto asesino que hace que el peatón, en este país, no tenga absolutamente ninguna prioridad de paso sobre los vehículos?

Y estos pobres muchachos, pues, que todavía no saben repartir muy bien las culpas, como dice Mafalda, y se dejan encandilar, agrego yo, por el poderoso mercadeo político, que ubica las responsabilidades en lo macro político y no en lo micro social.

Por eso estamos donde seguimos.

Ceguera espaldar

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Caminar por las calles y avenidas de Caracas es un ejercicio constante de supervivencia, agilidad y paciencia. Si no es el hueco o el charco, es que tiran el carro al tratar de cruzar. Si no es evitar pasar por lugares peligrosos, es que te asustas cuando cualquier motorizado te medio pasa cerca o pegas un brinco por los cornetazos explosivos que acompañan tu ruta. El alerta es constante y uno, el caraqueño, como que se acostumbra.

En estos días, caminando rumbo a Chacao, reparé en una conducta típica de los VPI, que hacía tiempo había notado pero sobre la cual no había escrito nada. Se trata de los “Caminantes VPI en grupo”. Me explico.

Cuando los VPI caminan en grupos de tres, cuatro o más personas (también en parejas, sobre todo si van por aceras muy estrechas) y van conversando, comienzan a sufrir de algo llamado “ceguera espaldar”, es decir, su campo de visión y de consideración se reduce a los que tienen al lado y a los que vienen de frente. De la gente que viene desde atrás, se olvidan por completo. No les importan.

Si eres de los que vienen desde atrás y deseas rebasar al grupo caminante de VPI, te toca vivir entonces alguno de estos tres escenarios:

  • Aprovechar que alguien que viene de frente obliga al grupo a dejarlo pasar, para entonces colarte por el hueco que dejan.
  • Pegarte lo más posible al grupo hasta que alguno de sus integrantes se da cuenta de que ¡Oh sorpresa inconcebible!, existe otra gente caminando por la misma acera y en la misma dirección, para entonces medio abrir espacio (normalmente de mala gana) para que puedas pasar.
  • Pegarte lo más posible al grupo y pedir permiso, lo cual en el 99 % de los casos, origina caras de sorpresa o disgusto entres sus integrantes, antes de dejarte pasar a regañadientes o incluso detenerse por completo mirándote airados, como si pedirles permiso para pasar constituyera una grave ofensa personal. Pueden llegar al extremo de increparte: “¡Si estás apurado pasa pues!

La recomendación, si no eres un VPI de los que gustan de la camorra y requiere enfermizamente demostrar ser el más arrecho o la más arrecha, es no engancharte en malas caras sino enfocarte en seguir caminando para llegar a tu destino, superando los obstáculos citadinos: huecos, charcos, cruces, abusadores en carro o moto y abusadores a pie.

¿Me da un permiso, por favor?

La impaciencia: veneno social

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La impaciencia nos destruye, nos mata de azoro, nos liquida como sociedad, arrasa nuestra calidad de vida. Es realmente un veneno social.

Esa impaciencia que hace que pisar el freno de la motocicleta, del carro, camión o autobús, se considere una humillación, un insulto.  Y entonces se prefiere intentar el asesinato arrojándole el vehículo a los peatones antes de sufrir la afrenta de detenerse.

Los impacientes al volante se comen la flecha y la luz roja del semáforo. Necesitan atajos para todo y se rebelan ante la regla más básica del tránsito que los obliga, otra vez la dichosa ofensa, a aminorar la velocidad con la luz amarilla y a parar por completo con la luz roja. Entonces se comen la flecha “pa´ cortar camino” (porque agarrar la vía normal es de “pendejos”) y se pasan el semáforo (porque quedarse parados es de “pendejos”), hasta el día en que matan a alguien con su vehículo y huyen cobardemente o hasta el día en que se destruyen ellos mismos, su vida, sus finanzas, su familia, por ser tan estúpidamente impacientes y no aguantarse unos segundos más de manejo o de espera.

Los peatones no se quedan atrás, la impaciencia los vuelve suicidas, les hace tener alergia a la acera prefiriendo caminar por la calle, exponiéndose al arrollamiento, los hace correr para cruzar, sabiendo que no les dará tiempo de llegar al otro lado antes de que algún carro les frene en los pies o los aplaste. Los pone a saltar rejas, muros o islas para pasar al otro lado de la avenida, para no perder tiempo caminando hasta la esquina para cruzar a través del paso de cebra. La impaciencia ha destruido todos los botones de todos los semáforos peatonales del país y acelera la erosión de todos los botones de todos los ascensores.

La impaciencia inoculada en la sociedad “moderna” hace que en el Metro las personas prefieran aplastarse unos a otros en el tren, en vez de aguardar al próximo e ir entrando poco a poco, en orden. Perdiendo apenas minutos, y a veces segundos no más, del tiempo que necesitan para desplazarse. Prefieren apretujarse a empellones que salir 15 minutos antes de su casa para darle espacio a la paciencia, lograr más comodidad y no ser unos agresores constantes.

El largo aliento, el proceso lento pero cuidadoso, las medidas a mediano y largo plazo, el estudio detallista, bien sea en lo educativo, en lo político o en lo empresarial, son mal vistos. La impaciencia social menosprecia todo eso. Prefiere la vía expresa, la carrera corta, los resultados inmediatos, la ganancia fácil sin necesidad del conocimiento, de la preparación, de la conciencia, de los valores. Está convencido de que si se toma una medida gubernamental, los resultados deben obtenerse en cuestión de horas y deben ser buenos ya y deben ser obligatoriamente de determinada forma o sino, esa medida de hace dos días, no “sirvió para nada”.

La impaciencia es comercial, mercantilista y especuladora. Esa es su esencia. El “bachaquero”, el comerciante inescrupuloso, el acaparador, son hijos consentidos de la impaciencia.

Lo contrario es la mentalidad productiva, transformadora, creativa, innovadora, positiva, cuidadosa, respetuosa, progresista y comunitaria. La impaciencia es egoísta y torva.

Los medios nos empujan al apuro patológico, la educación también, el sistema de horarios rígidos que mide al humano por su tiempo y no por sus aportes, nos convierte en lamentables criaturas todo el tiempo azoradas, acaloradas, viendo el reloj, inventando excusas, nerviosas hasta el punto del colapso ante cualquier cosa que requiera esperar, enfermas de la hora, del atoro.

Y finalmente terminamos asumiendo que ese triste estado de eterna corredera, es lo correcto, está bien y debe perpetuarse.

Así ni la magia nos puede salvar.

Imagen de Humor Tonto

Los arbitrarios

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El Centro Comercial

Todos los días bajo por las escaleras de un centro comercial en Caracas. Allí hay dos escaleras mecánicas y una fija. Cada día, al pasar a la misma hora, las señoras que limpian deciden cual escalera bloquean con las señales esas amarillas de plástico y cual no, y si la gente tiene que dar un rodeo para terminar de pasar o no. Usted va hoy, y tienen bloqueada la escalera fija, pasa mañana y tienen una de las mecánicas, pasado mañana bloquean las dos mecánicas y abajo hacen un círculo de señales que te obligan a caminar más. Nunca es igual, queda a su libre arbitrio la aplicación de su pequeñita cuota de poder sin ningún tipo de rutina.

El aeropuerto

En el aeropuerto de Maracaibo, en el pasillo donde dos guardias hacen el chequeo de documentos previo al paso por la máquina de rayos X, alguien imprimió en una hoja carta el símbolo de “Prohibido el uso de Teléfono Móvil” y la pegó malamente con cinta adhesiva en una de las paredes. Estos guardias decidieron pues, arbitrariamente, prohibir que uno pase por allí usando su teléfono.  Bien sea por resentimiento o bien sea por ganas de fastidiar, lo cierto es que su cuotica de poder, sabrosa de ejercer para cualquier VPI para obligar a los demás a hacer lo que quieran,  se ve aquí muy bien representada porque JAMÁS habían prohibido antes que allí se utilizara el celular.

El parque

Tengo un amigo que pasó un año y medio practicando con un instrumento musical dos o tres veces a la semana al mediodía en las instalaciones de PDVSA La Estancia en La Floresta, Caracas. En ese período nadie de los que trabajaban como guías y cuidadores de ese sitio lo molestó.

El primer día del mes 19, se le acercó uno de los guías y le dijo que él “no podía estar allí”. Es decir, arbitrariamente alguien cambió las reglas del lugar y decidió que lo que esta persona hizo por casi dos años en el mismo sitio, ya no lo podía hacer.

Ejemplos de arbitrariedades abundan: cambios en requisitos para gestiones en bancos o ministerios, cambios de leyes por parte de gobiernos o alcaldías, nuevas reglas todos los días en casetas de vigilancia, restricciones inventadas de la nada en accesos a mercados o parques, motorizados (particulares y también policías) comiéndose arbitrariamente cualquier flecha o semáforo, autobuses que se paran en cualquier lugar menos en su parada, alcabalas policiales que están unos días y luego se van y así, una lista interminable.

Los arbitrarios configuran una cultura de incertidumbre que “tercermundiza” aún más nuestro país, por cuanto la planificación, la preparación, la tranquilidad de la rutina diaria, siempre se ven amenazadas por los cambios constantes, sin aviso y, normalmente absurdos, en las reglas del juego, sobre todo cuando de ejercer cuotas de poder y control se trata, pues nada gratifica más al VPI que sentirse poderoso y hacer lo que le da la gana.

Imagen de Esan

Aquí corrió, aquí murió

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¿Qué motivará al VPI a realizar actividades suicidas?

¿Hasta qué punto el apuro estúpido los hace actuar poniéndose al borde de la muerte?

¿Cómo se explica que el VPI esté dispuesto a sacrificar hasta la propia vida, con tal de demostrar lo arrecho, o arrecha que es?

Cuando camino por las calles y cruzó en diversos semáforos e intersecciones, siempre me asombra ver personas arrojándose delante de los carros para poder pasar al otro lado, aún sin tener luz verde para cruzar. Teniendo que correr o saltar para que el vehículo no los alcance.

En todos los casos, a los pocos segundos la luz cambia a verde para los peatones y los que tuvimos paciencia podemos cruzar con un poco más de tranquilidad.

La diferencia entre casi morir y seguir viviendo es de pocos, muy pocos segundos de espera paciente.

Cruzar con la luz verde para el peatón no es que sea tampoco garantía de seguridad. En nuestro país la prioridad la tienen los carros y las motocicletas. El peatón es quien debe parar para que el carro pase, so riesgo de ser arrollado o al menos amedrentado por cualquier conductor detrás de su volante, haciendo rugir el motor, tocando la corneta, insultando, mirando feo o dejando que el carro siga avanzando poco a poco hasta casi rozarte.

Por otro lado están los peatones que cruzan por lugares indebidos, saltando islas, metiéndose por entradas de estacionamiento, etcétera. Sería más fácil darles una soga para que intenten ahorcarse. Así al menos no involucran al conductor del carro o la moto que se los lleve por delante.

Los motociclistas nunca frenan. La vocación suicida de quien va a pie, se multiplica por cien cuando se monta en una moto. Prefieren serpentear entre los carros, montarse en aceras, tirarse a lo loco obligando a que los carros de venida frenen, comerse la flecha…lo que sea, con tal de no tener que pisar el freno. Eso de pararse y poner un pie en el piso para no caerse, para el motorizado es una especie de humillación.

Eso hasta que muere o queda muy mal herido, aplastado o reventado contra el piso. Ese día es cuando finalmente descubre lo estúpido de su conducta, pero mientras eso no pasa, la sensación de invulnerabilidad crece constantemente en el VPI haciéndolo comportarse cada vez en forma más descabellada.

Reza el refrán popular: “mejor que digan aquí corrió, que aquí murió”, para los VPI es más bien “mejor que digan que aquí corrió y murió un arrecho, a que digan que aquí esperó y vivió un pendejo

                                                                                                                                        Imagen de Eduvial

¿Cambio?

Cambio

Termina el año y nada ha cambiado. Seguimos atrincherados en nuestras creencias y hábitos, tantos los buenos como los malos.

Sales a la calle y los VPI siguen ensuciándola de papeles, colillas, lata, periódicos viejos, bolsas y cualquier otra clase de desperdicio. Luego esos mismos VPI se quejan de que la ciudad está sucia.

Se siguen comiendo las luces rojas, usando el hombrillo como canal, comiéndose flechas y cruces, circulando encima de aceras, estacionándose donde sea. Agrediendo con carros y motocicletas.

Todavía los VPI siguen empeñados en demostrar que son los más arrechos en cualquier tema, en minimizar, despreciar o burlarse de los logros o esfuerzos de los demás. Siguen poniendo su tiempo y necesidades por encima del tiempo y las necesidades de los demás a través del abuso, del irrespeto, de la inconsciencia.

Llevo años escribiendo sobre esto, pero pocos lo consideran relevante. Piensan que la solución a nuestra crisis de valores consiste en cambiar los nombres y colores de quienes ocupan funciones de gobierno, por otros nombres y otros colores. ¿Y la raíz qué?

Suelen desarrollar teorías ampulosas y escribir artículos farragosos sobre “institucionalidad”, “independencia de poderes”, “cogobierno”, “políticas públicas”, “ciberactivismo”, “transparencia”, “equilibrio político”, etcétera. Todos muy bonitos conceptos en términos teóricos, pero vacíos en términos prácticos. Nada de eso, hasta ahora, ha solucionado nada.

Porque las raíces, los valores, el amor propio como conciudadanos, la vocación de servicio, la cultura del debate respetuoso, la identidad, el pensamiento colectivo, la aptitud para la participación activa, la constancia en preservar las buenas prácticas, la disposición al sacrificio sano por el bienestar general…todo eso nos falta. Y si eso no está, todo el resto del tinglado formal de lo que debe ser una sociedad sana, un Estado que se cuida a sí mismo, un país que crece, no tiene sentido.

¿Cambiar unos gobernantes por otros significa cambio cultural? Pues no.

Bien decía el sabio filósofo Rico McRico: “los gobiernos pasan, pero el hambre queda”.

Eso quiere decir que, cambiar de gobierno no es cambiar. La experiencia nos lo ha demostrado una y otra vez.

Y debemos seguir en esto, escribiendo, reflexionando, denunciando, hasta que realmente la palabra “cambio” recupere su verdadero y profundo significado.

Imagen de Acceso Directo

Reverenciando la muerte

Reverencias a la muerte
Hueco en reja divisoria por donde, estúpidamente, cruza la gente agachándose, para no tener que caminar unos metros más hasta llegar al rayado peatonal donde está el semáforo

En una ciudad repleta de peatones VPI suicidas que cruzan las calles por todos lados, menos por el rayado peatonal o paso de cebra, algunas alcaldías intentan controlar dicho impulso auto-destructivo colocando en las “islas” divisorias de las calles una rejas de metal las cuales, se supone, deben persuadir al VPI de brincarla y al mismo tiempo obligarlo a caminar 5, 10 o 15 metros más para cruzar por donde debe ser, sin  embargo, la realidad es que nuestros VPI son difíciles de convencer de que se cuiden y siempre buscan, por todos los medios, la forma de seguir atentando contra sus propias vidas y la de los demás.

La conducta de estos VPI es casi tan valiente como estúpida porque, lanzarse a cruzar fuera de rayado y lejos del semáforo  unas avenidas llenas de motorizados salvajes, buseteros asesinos, metrobuseros agresivos, conductores de camionetas de lujo a quienes no les importa nada y camiones sin frenos, es realmente un acto osado.

El lugar donde tomé esta foto es justo antes del semáforo de la Av. Francisco de Miranda, entre el Unicentro El Marqués y Buena Vista. Lo que allí podemos ver es lo que puede lograr la ingeniosa estupidez de los VPI quienes, laboriosamente, se dedicaron a cortar y extraer la parte del medio de la reja divisoria para que, en vez de tener que saltarla, simplemente se pueda pasar por debajo (más bien por el medio), agachando la cabeza lo justo para quedar a la altura de cualquier parachoques que pase por el canal rápido entre 40 y 80 KPH, es decir, entre producirle una fractura múltiple mortal de cráneo o simplemente arrancársela de cuajo dándole apenas “un golpecito”

Lo peor es ver VPI hombres y mujeres cruzando por esos huecos CON NIÑOS TOMADOS DE LA MANO. Imágenes realmente dantescas.

¿Alguna autoridad tendrá solución para estos huecos que están por todas las rejas divisorias de este tipo?

¿No?

Entonces que los VPI sigan agachando la cabeza, como haciéndole reverencias a la muerte.