En nuestro país el nuevo ciudadano, la nueva consciencia, no ha nacido todavía. Quienes se forman en la actualidad lo hacen bajo la influencia de quienes tienen en su sangre profundas raíces VPI y de otras “taras conductuales” de nuestra sociedad.
La actual seudo división entre pro y contras al gobierno en realidad no se basa en absolutamente nada que no sea demostrar que se es más arrecho que el otro y que lo que uno apoya es mejor y más chévere que lo del otro porque se quiere ser siempre el más arrecho, olvidarse de los demás a menos que convenga acordarse de ellos y procurar la vía fácil para todo, incluso para manejar la diversidad del pensamiento.
Para implantar una verdadera conciencia de cambio como país entre nuestra gente hay que primero manejar dos ideas básicas, medulares, aunque harto difícil de aceptar por nuestros arrechos y arrechas VPI: uno, el fin común, el bienestar común, compartido, general, dos, la importancia hasta del trabajo más pequeño, el concepto del granito de arena pues para el hormiguero. La tendencia natural nuestra es justo hacia lo contrario: trabajar en forma egoísta y buscar los “mejores” cargos porque lo otro (servir, el trabajo físico o repetitivo, etcétera) son trabajos “inferiores” y humillantes. Esas ideas nos hacen retroceder cuando no estancarnos. Y son ideas nuestras en general de TODOS como colectivo, no de unos si y de otros no.
Luego hay que manejar las herramientas para la convivencia y el funcionamiento en sociedad: la preparación para el debate, para la argumentación, para aceptar la contraposición de ideas, para aceptar con buena actitud la decisión de la mayoría, sea o no sea favorable a nuestras simpatías. Eso no se ha enseñado ni se enseña en nuestras escuelas, menos en los liceos y muchísimo menos en nuestras universidades.
Saber debatir, hilar ideas, argumentar con propiedad, exponer motivos, proyectos, planificar líneas de acción, etcétera, eso se deja de lado en nuestra educación y se deja libre espacio para los actos de frustración, la opresión de los vencidos por parte de los vencedores, el resentimiento, los actos de violencia, la impotencia por no saber dar expresión y ejecución a las ideas e inquietudes propias.
No se nos enseña, y es vital, a Comunicarnos Efectivamente, sino que eso se deja al garete, a la improvisación, al azar, para que lo hagan quienes tengan aptitud natural para ello, etcétera. No se enseña tampoco el uso de herramientas físicas de comunicación en sociedad: convocatoria a asamblea, debate o reunión, puntos a tratar, minuta, acciones a tomar, responsables, seguimiento, evaluación, diagnóstico, corrección.
Con la no educación para el debate, la discusión de puntos y el registro de los mismos entonces se promueve la flojera, el recostarse de quienes si manejan más o menos esas cosas, el dejar que los demás participen, decidan, peleen y se desgasten, mientras se flojea en la otra esquina, burlando y criticando el trabajo de hormiga de los demás.
La columna vertebral de todos esos elementos el cual ni por asomo se está enseñando en forma integral todavía es el aprendizaje y la asimilación prácticamente a nivel genético del respeto a las normas, a la ley, a las ordenanzas, a las reglas del juego comunicacional y sus consecuentes acciones.
Mucho «gamelote» se lee y oye aquí y allá en nuestros rincones, pero nadie parece salvarse. A la hora de la “chiquita”, como decimos aquí, surgen las patologías, se patea la mesa donde se intenta negociar, se arrebata como Jalisco gritando, agrediendo, amedrentando, obligando, ignorando y se deja entonces el trabajo de coordinar, planificar, discutir, actuar, etcétera al desorden, la imposición, el arbitrio caprichoso, etcétera. Y eso lo hacen todos, no unos si y otros no.
Veámonos nuestros ombligos y encontraremos la marca de nuestra incultura social para todos los ámbitos: familia, escuela, condominio, calle, oficina, civismo, trabajo, enseñanza, aprendizaje, ejemplo. Cuando no en todos si en muchos, en algunos más y en otros menos.
La trillada frase, “la cura de un mal empieza por reconocer la existencia de ese mal”, nunca pierde vigencia y menos aún cuando se trata de nuestra tan enferma sociedad.
¿Empezamos a reconocerlo en nosotros?