VPI y sus complejos de inferioridad

En conversaciones con amigos y allegados sobre el “por qué” de la conducta de los VPI con frecuencia sale a relucir el famoso término “complejo de inferioridad”. Resulta lógico pensar que quienes actúan de una forma tan temeraria y antisocial contra las reglas y contra sus prójimos tienen que ser personas que no tienen mucha estima de sí mismos, de lo que son, de sus semejantes y en general de su país.

Coincido con eso. Un entorno de negación a sí mismo, de creerse menos, como persona y como colectivo, produce rabiosas reacciones contra objetos, personas y animales, genera violencia, auto sabotaje, auto destrucción. Alguien que bota basura, sin ruborizarse, en cualquier calle es porque no siente ningún cariño por esa calle, por su ciudad y tampoco por sí mismo, pues no le importa ser calificado como un cochino desconsiderado por los demás (estos son los casos en los que para el VPI los demás “no existen”)

Probablemente sea una convicción residual en nuestro inconsciente colectivo que viene de tiempos coloniales, cuando los conquistadores nos calificaban a indios, criollos, negros y mezclados, como flojos, tramposos e inferiores. Hoy en día, en lo más hondo de nuestra psiquis, seguimos creyendo que eso es verdad, nos tragamos todo el cuento y aprendemos en mayor o menor medida a dejar de querernos, a no apreciar nuestras múltiples virtudes, a rechazarnos y por supuesto o bien por la violencia abierta o bien por infracciones sutiles, nos atacamos a nosotros mismos y a los demás. Aprendemos además a transmitir esa información a nuestros hijos para que se perpetúe el acomplejamiento, el cual reside en todas las clases sociales por igual. Hay que recordar que hay VPI de todas las clases socioeconómicas, de todo sexo, de toda creencia y de toda raza.

Hace poco una amiga muy culta, inteligente, preparada, leída, aseguró frente a mí con toda su convicción que los habitantes primigenios de Venezuela eran todos “unos haraganes atrasados” y que entonces “que quedaría para nosotros” vía genética. ¡Se tragó todo el cuento! El cuento oficial, el cuento que ingeniosamente trasciende en la historia que es el cuento del que conquista, del que gana la guerra.

Si alguien con semejante preparación es capaz de juzgar a sus ancestros de esa manera ¿Qué destino, efectivamente, nos espera a la sociedad? Enseñarnos orgullo, autoestima, respeto y solidaridad no es un mal ejercicio ¿Por qué no hacerlo de una vez desde nuestras palabras más sencillas hasta nuestras ideas más elaboradas que compartimos en forma privada o pública con nuestros amigos, nuestros hijos, nuestras familias, nuestros semejantes?

Construir un nuevo pensamiento de amor propio no se logra sólo con uno que otro discurso, se logra haciendo que, lo que se dice y lo que se hace, sean coherentes. Se logra comenzando por quererse un poco más y no creyéndose a uno mismo, a los demás, al país, como el peor sitio y las peores personas del mundo.